El adiós a los videoclubs, de lo que fueron a lo que son ahora
La rueda, la pólvora, la imprenta o la anestesia fueron grandes descubrimientos hechos por los humanos y que, en mayor o menor medida, aún hoy siguen vigentes. Son logros universales y permanentes que han mejorado la calidad de vida de la sociedad. Fueron grandes inventos que han dado paso a otros. De la rueda, por ejemplo, salieron primero los carros empujados por bueyes o caballos, los vehículos a motor y todo el transporte terrestre tanto de vehículos como de pasajeros.
La era tecnológica, sin embargo, se ha prodigado en inventos que maravillaron por su revolucionaria innovación y su gran funcionalidad, pero que, al cabo de unos pocos años, se mostraron como estrellas fugaces. Su tecnología se mostró obsoleta muy pronto.
Estamos hablando de casos como el del fax, los discos de vinilos, el casete, los reproductores de vídeo o los disquetes de tres pulgadas y media. En su día despuntaron por su capacidad para mejorar la vida de los individuos, pero que pronto se vieron superadas por otros inventos que siempre iban más allá.
Estos ejemplos nos sirven para ilustrar el auge extraordinario y la caída en picado del negocio de los videoclubs.
A principio de los ochenta no había barrio obrero ni distrito adinerado que no contase con media docena de ellos. Entrar en sus establecimientos y deambular por las estanterías tratando de escoger entre cientos, tal vez de miles de títulos de películas, y marcharnos a casa para disfrutar una noche de cine, palomitas y sofá. El cine abandonaba las grandes salas y se metía en casa por unos pocos euros.
Tuvieron un par de décadas de gloria. Se expandieron rápidamente por todas las ciudades y contaban con un público numeroso y fiel dispuesto a disfrutar de una buena historia sin salir de casa y a precios populares.